La Guerra Civil Española fue especialmente dura para Juan y Carmen en la que vivieron una época dramática de separación e incerteza.
Aquel verano de 1936, Juan y Carmen junto con su hijita Mari Carmen fueron a veranear a San Sebastian como ya habían hecho en anteriores ocasiones.
Allí vivían la hermana de Carmen, Teresa (La tía Tere) con su marido Pepe (José Ayllón) y era por ello que iban a pasar unos días a su casa.
Carmen estaba embarazada de la que sería su segunda hija Maria Victoria que nacería allí mismo el 12 de septiembre.
Foto de aquella época rodeados de amigos, que poco se imaginaban lo que se les venía encima |
Carmen con su hermana Tere y su marido Pepe Ayllón |
Es muy interesante saber como se desarrollaron los hechos durante los primeros días de la guerra civil en San Sebastián, así nos hacemos una idea de como lo pasarían Juan y Carmen que sufrieron junto a Teresa el asesinato de José Ayllón el 30 de julio de ese mismo año. Es por ello que os incluyo este artículo que he encontrado en internet que creo que es muy ilustrativo:
DE LA SUBLEVACION A LA GUERRA (19-21 JULIO DE 1936)
La mañana del domingo 19 de julio da comienzo con una aparente normalidad. En
San Sebastián el único diario que acude a su cita con los lectores es "La
Voz de Guipúzcoa". El diario republicano publica en primera plana noticias
oficiales y señala que "puede darse por abortado el movimiento" a la
vez que da cuenta de la destitución de Cabanellas y Queipo de Llano.
La información de los centros oficiales recoge una declaración del gobernador
civil, quien refiriéndose a la noche del día 18, afirma "que en toda la
provincia había tranquilidad absoluta" y recoge la visita de Irujo y
Lasarte así como de la comisión del Frente Popular. La sensación que se quiere
dar es de tranquilidad, anunciándose incluso la celebración de carreras de
caballos esa misma tarde en el Hipódromo de San Sebastián.
Pero esta normalidad es tan solo aparente. En el Gobierno Civil se constituye
la Junta de Autoridades en la que se integran Carrasco, el gobernador civil,
los mandos de carabineros y de la Guardia Civil, el comandante de los
miqueletes, Irujo y Amilibia. Los guardias de asalto son enviados al hotel
María Cristina, situado enfrente del edificio del Gobierno Civil, para proteger
éste. De manera simultánea, el cuartel de este cuerpo -situado junto al mercado
de la Brecha- es asaltado por los frente populistas para conseguir armas.
A partir de este momento las calles son recorridas por milicianos armados en
actitud vigilante. Por la tarde las organizaciones obreras declaran la huelga
general en la provincia paralizándose el transporte urbano e interurbano.
Mientras tanto Vallespín regresa a Loyola acompañado del teniente coronel de
Artillería Eloy de la Brena, quien intenta hacerle desistir de sus intenciones.
Vallespín se reúne en el cuartel de ingenieros con el núcleo de oficiales
comprometidos en la sublevación, quienes acuerdan que sin el apoyo de la
artillería no es posible lograr el triunfo, por lo que a instancias del
teniente coronel, optan por salir por la noche hacia Navarra.
Vallespín trata desesperadamente de lograr el apoyo del cuartel de Artillería,
lo que no consigue. El capitán Miquel comunica a Vallespín que se espera la
llegada "700 a 1000 hombres de las organizaciones de requetés y de
Falange" ante lo que anula la orden de abandonar los cuarteles y dirigirse
hacia Navarra. La situación es absolutamente confusa y caracterizada de "caos",
no encontrándose "mas que voluntades sueltas muy difíciles de unir al
Movimiento".
El día 20 de julio la confusión sigue imperando. La Junta de Autoridades, a la
que se ha unido el comandante de Estado Mayor, Augusto Pérez Garmendia, acuerda
formar una columna que se dirija hacia Vitoria, integrada por paisanos y tropas
de los cuarteles. Ante la situación en las calles, cada vez más tensa y con
presencia de numerosos milicianos armados, el gobernador civil se dirige a la
multitud afirmando que Carrasco "se había unido al pueblo para defender la
República".
Ese día otra circunstancia se suma a la difícil situación. Procedentes de
varios puertos gallegos llegan a Gipuzkoa varias embarcaciones con milicianos
escapados de Galicia, donde ha triunfado el Alzamiento. La presencia de éstos,
en su mayoría mineros anarquistas de las cuencas gallegas, provoca un aumento
de la tensión en la ciudad y es uno de los motivos que fuerzan a la creación de
la columna.
El día 21 es decisivo para el desarrollo de los acontecimientos. Para ese día
estaba prevista la formación de la columna que se encamina hacia Vitoria por
Mondragón. La salida de las misma está fijada para las 10 de la mañana. Irujo
recuerda la partida de ésta de la siguiente manera:
"Al amanecer del día fijado desfilaron por delante del Gobierno Civil
los camiones que integraban la columna expedicionaria. No recuerdo el número
exacto pero creo acercarme a la verdad si doy el de setenta, repletos de
hombres jóvenes, casi todos ellos con signos rojos y rojinegros... la inmensa mayoría
estaban sin armas"
Ante la tardanza en incorporarse los militares la columna decide emprender
la marcha. Pero las tropas de los cuarteles no se incorporarían debido a los
acontecimientos que estaban ocurriendo en ellos.
En Loyola se había personado el teniente Presilla, quien era portador de la
orden para que los militares se sumaran a la columna. El mensaje que se entrega
en los cuarteles es el siguiente:
"Para que no se pudiese sospechar una actitud subver-siva era preciso
que movilizásemos dos piezas de 155 mm. para que acompañadas de una compañía de
zapadores se uniera a la columna que al mando del comandante de E.M. D. Augusto
Pérez Garmendia, debía marchar rápidamente hacia Mondragón"
Vallespín se niega y convoca a los principales oficiales de los cuarteles. A la
reunión acuden el teniente coronel de Artillería Eloy de la Brena, los
comandantes del mismo arma Bernardo Ardanaz, Velasco y García de la Rasilla, el
comandante de ingenieros Ramajos y el de ingenieros Erce. Todos se muestran
favorables a la entrega de los cañones.
En este momento irrumpen los capitanes Fernández Prieto, Miquel, Padilla,
Ferrer y Fernández -todos ellos comprometidos con la sublevación- quienes se
ponen a las órdenes de Vallespín. Este toma el mando manifestando que "al que
no le obedezca le pega un tiro". De esta forma se produce lo que se puede
considerar el verdadero alzamiento en San Sebastián. Vallespín y el núcleo de
capitanes se hacen con el mando de los cuarteles colocándose ya en franca
rebeldía ante el gobierno.
De manera inmediata los militares sublevados ponen en marcha un plan para
apoderarse de la ciudad. El capitán Miquel, con cien hombres, toma las alturas
del cementerio de Polloe -en las inmediaciones del convento de las Hermanitas
de los Pobres- desde donde se dominaba la zona del Gobierno Civil y Maria
Cristina. De igual modo se emplazan dos piezas de 155 milímetros en Ametzagaña,
desde donde se lograba una posición dominante sobre los cuarteles.
Hacia el mediodía un avión procedente de Pamplona lanza octavillas sobre la
capital, firmadas por Mola y dirigidas "a los habitantes y la guarnición
de San Sebastián", en la que se vierten claras amenazas hacia la ciudad,
debido a
"la vil y engañosa conducta del Comandante Militar de esa ciudad ha
dado ocasión a los vergonzosos sucesos que en ella han ocurrido. Yo espero
confiadamente que las fuerzas de esa guarnición, relevándole del mando, actúen
rápida y enérgicamente, uniéndose al movimiento. Sería para mi muy sensible,
pero lo haría inexorablemente, el tener que tomar enérgicas medidas en relación
con esa ciudad.
Espero del pundonor de los oficiales y del espíritu de la tropa que,
recapacitando sobre lo que constituye su deber en estos momentos salgan de sus
cuarteles y no den lugar a que mañana por la mañana me vea en el caso de tener
que bombardear los cuarteles o puntos donde se encuentran"
El mensaje de Mola es claro. A la vez que desautoriza a Carrasco amenaza a la
guarnición, a la que exige una actuación decidida. A raíz de las órdenes de
Mola, recibidas en el cuartel del mismo modo, Vallespín se pone en contacto con
el Gobierno Civil reclamando el mando de la provincia, de lo contrario
bombardearía San Sebastián.
Esta amenaza tiene un gran impacto en la capital. Según el informe del agregado
militar de la embajada francesa -teniente coronel Morel- presente esos días en
la ciudad el ambiente en el Gobierno Civil
"c'était le désordre; miliciens rouges, Gardes d' Assaut, Gardes
Civiles mêlés aux bureaucraties affolés. Les Gardes d'assaut occupaient l'
Hôtel Maria Chistina, déjà groupés et séparés. Vers 14 h., on apprenait la
disparition du Gouverneur Civil, parti soit pour la France, soit pour les
environs"
El gobernador y los dirigentes del Frente Popular abandonan San Sebastián en
dirección a Eibar. Carrasco y los jefes militares permanecen en el edificio y
se trasladan al hotel María Cristina, entablándose un tiroteo. Por la tarde,
tras una tensa calma, los militares y guardias de asalto se retiran por la
orilla del Urumea a los cuarteles de Loyola, uniéndose paisanos miembros del
requeté y falangistas con su jefe Luis Iturrino al frente.
La situación de los sublevados es difícil. Los 1.000 hombres prometidos por
Miquel no llegan. Tampoco aparece el general Muslera, que debería ponerse al
frente de la sublevación. Las fuerzas de seguridad, Guardia Civil y Miqueletes,
se mantienen leales al gobierno. Carrasco se encierra en el cuartel de
Ingenieros. Los guardias de asalto son hechos prisioneros y sólo algunos se
suman al movimiento.
Ante esta situación los militares deciden pasar a la ofensiva y formar una
columna para tomar San Sebastián. Esta se forma por unos 200 hombres -la mitad
de ellos soldados y el resto guardias de asalto a los que se unen unos pocos
carabineros y guardias civiles- al mando del comandante de Artillería Velasco
al que acompañaban 13 oficiales más. La columna cuenta con el apoyo de dos
vehículos blindados.
Ésta llega a las inmediaciones de San Sebastián, por el Puente de Hierro, pero
retrocede ante la indecisión de su jefe de entrar en la ciudad. En esta se ha
cortado el alumbrado público y ante el temor de sufrir una emboscada optan por
volver a los cuarteles. De esta forma los militares perdían la segunda
oportunidad de hacerse fácilmente con el control de la ciudad.
LA BATALLA POR SAN SEBASTIAN (22-23 DE JULIO)
Los militares, ya en franca rebeldía desde el mediodía del día 21, pasan
finalmente a la ofensiva. La madrugada del día 22 una columna sale de los
cuarteles con la intención de ocupar San Sebastián al mando del capitán Arana.
Esta penetra en la ciudad por dos puntos, la calle Urbieta y Prim progresando
por la orilla del Urumea, consiguiendo llegar hasta la Comandancia Militar y el
Hotel Maria Cristina, haciéndose fuertes en estos edificios y en el casino
(actual ayuntamiento).
Los militares, pese a que logran llegar hasta el centro de la ciudad no llegan
a controlarla y se limitan a encerrarse en una serie de edificios.
Las organizaciones obreras de izquierda opondrán una dura resistencia a las
fuerzas militares. La calles de la Parte Vieja de la capita donostiarra, en la
que se encuentra la sede de la UGT y el Partido Socialista, tal como señala el
agregado militar de la embajada francesa, "están defendidas por barricadas
de sacos de arena y defendidas por grupos de rojos".
Pero la principal resistencia, y que será la clave del fracaso del intento
militar, se sitúa en torno a la sede de la CNT. Esta organización sindical
establece en la calle Larramendi, apoyándose en los edificios de las escuelas
públicas de Urbieta y del colegio Sagrado Corazón, una línea de defensa.
Ante la resistencia de ésta los militares deben emplear las dos piezas de
artillería que llevaban consigo entablándose un duro combate durante el cual se
llegará a luchar casa por casa. En la lucha es mortalmente herido el teniente
García Benitez, uno de los militares implicados en la conspiración contra la
República, que morirá en una casa de la calle Urbieta.
En este momento, cuando los combates ya han estallado en la capital, debemos
buscar la situación de las tropas que salieron de San Sebastián en dirección a
Vitoria.
Estas, debemos recordar, parten el día 21 por la mañana, a las órdenes del
comandante Pérez Garmendia, hacia Vitoria con la intención de atacar la capital
alavesa, en la que se encuadraban, según Irujo, numerosas personas
"extrañas al país, singularmente gallegos, que imprimían un sello de
violencia exótico e inconveniente a nuestra causa".
La columna recibe la noticia de la sublevación de la guarnición donostiarra en
Mondragón. Ante la situación creada, Pérez Garmendia decide suspender el avance
sobre la capital alavesa y regresar a Eibar, a donde vuelve con los 30 guardias
civiles del puesto de Mondragón y un alférez del mismo cuerpo.
En la villa armera se concentran las autoridades de la provincia con el
gobernador civil al frente. A éste le acompaña el teniente coronel Bengoa,
máximo responsable de la Guardia Civil en el Territorio.
En Eibar se organiza la marcha para reconquistar San Sebastián. Para ello,
proveniente de Bilbao, llega una columna de refuerzo al mando del alférez de la
Guardia de Asalto Justo Rodríguez Ribas, formada por
"tres coches blindados con 23 fusileros; dos autobuses con 44
fusileros; un coche mortero de asalto con cuatro guardias, otro coche de asalto
con 30 guardias y varios vehículos con 57 fusileros con dinamita; una
ambulancia sanitaria con cuatro enfermeros, un médico un conductor y dos
practicantes de Asalto. Llevaban también un coche de enlace, servido por cuatro
mili-cianos. En total se componía la columna de 166 hombres municionados con
granadas, morteros, cajas de proyectiles y abundante dinamita".
El asalto a San Sebastián se organiza en dos direcciones. Una por la carretera
Bilbao-San Sebastián, avanzando por las calles de la ciudad hasta la
Comandancia Militar y el casino. Por otra parte los milicianos desplazados
desde la capital son enviados a la misma por el ferrocarril de Bilbao.
Los segundos llegan a la ciudad sobre las nueve de la mañana, sorprendiendo por
la espalda a las tropas que combaten en torno a la sede de la CNT, que deben
retirarse hacia Loyola para evitar quedar atrapadas entre dos fuegos.
De esta forma tan sólo quedan una serie de núcleos aislados en manos de los
militares. En el Club Náutico, casino, comandancia militar y Hotel María
Cristina resisten pequeños grupos de militares a los que se han unido
"muchos retirados por la Ley Azaña y elementos paisanos".
Los combates prosiguen a lo largo de todo el día en la ciudad. Al final de la
jornada han sido tomados al asalto, con un alto precio en vidas, el casino y la
comandancia militar, en la que son hechos prisioneros su defensores. Tan solo
queda en manos de los militares el María Cristina y los altos de Ametzagaña,
Aldakonea y zonas altas de Eguía desde las que se sigue controlando la ciudad.
Esa misma tarde el fuerte de San Marcos cae en manos de los republicanos que
comienzan a bombardear las posiciones que mantienen los militares, pero al
carecer los proyectiles de espoleta causan escasos daños.
El día 23 es la jornada decisiva en la batalla por San Sebastián. Los militares
tratan de realizar una nueva acción ofensiva a través del barrio de Eguía. Dos
motivos les obligarán a desistir de ello. En primer lugar el puente que une
este barrio donostiarra con Loyola se encuentra medio derruido. En segundo
lugar la pérdida del María Cristina.
Este, como ya hemos señalado, era el único enclave en manos de los sublevados.
La mañana del día 23, el torpedero "Xauen", controlado por marinos
anarquistas que lo asaltan en Pasajes y que habitualmente patrullaba las aguas
jurisdiccionales, entra en la bahía pero debe huir ante los disparos de las
baterías de Ametzagaña. El torpedero se dirige a la desembocadura del Urumea,
desde donde hace fuego contra el Maria Cristina.
Esto es aprovechado por los milicianos para realizar un sangriento asalto, en
el que logran apoderarse del hotel reduciendo, de ésta manera, el último núcleo
rebelde en San Sebastián. Al frente de los asaltantes se encuentra el
comandante de la Guardia Civil, quien como relata Irujo, evita la matanza de
los defensores, los cuales habían colocado a varios prisioneros atados a las
verjas a modo de parapetos humanos.
La rendición del María Cristina da lugar a una gran desmoralización entre los
militares. Los milicianos logran desalojar a éstos de los jardines de la
estación del Norte y del edificio de "La Equitativa", desde el que
impedían el paso por los puentes del Kursaal y Santa Catalina. Tras un violento
tiroteo, por la tarde, los rebeldes se retiran del alto de Aldakonea sólo se
mantienen en el frente de Polloe, donde resistían tiradores de élite.
Estos, que formaban parte del equipo de tiro del ejército, habían llegado a San
Sebastián el día 17 para tomar parte en una competición en el campo de tiro de
Bidebieta. Ante los acontecimientos se suman a las tropas rebeldes y toman
posiciones en Polloe, donde causan numerosas bajas entre los atacantes debido a
su mortífera puntería.
Ese mismo día se produce el abandono de la posición de Ametzagaña, que es
rápidamente ocupada por los milicianos y desde la que es posible hacer fuego
directamente al patio de los cuarteles. Por la noche los militares quedan
cercados en los cuarteles de Loyola resultando definitivamente derrotada la
sublevación en San Sebastián.
El fracaso de los militares en San Sebastián debe ser objeto de un análisis
detallado. Debemos tratar de comprender como, dos regimientos -bien que
reducidos en sus efectivos, pero poderosamente armados y pertrechados- son
derrotados por poco más de 2.000 milicianos carentes de organización y mal
armados.
La primera razón se encuentra en la deficiente organización de la conspiración.
La inexistencia de un mando único y la indecisión de los comprometidos se
sitúan en la base del fracaso. La sorpresa que hubiera supuesto el alzamiento
en el momento previsto habría provocado que las fuerzas leales abandonaran la
ciudad, como ocurrió el día 21, permitiendo a los militares reforzar sus
posiciones.
La actitud del coronel Carrasco no puede señalarse como la causa del fracaso.
Si los conjurados hubieran adoptado una actitud decidida éste podría haber sido
eliminado a semejanza de lo ocurrido en otros lugares. La verdadera razón esta
en la falta de unanimidad de los militares ante la sublevación.
En este punto resulta determinante la actuación de las fuerzas de seguridad y
en especial del teniente coronel de la Guardia Civil, Saturnino Bengoa. La
mayor parte de los miqueletes, guardias civiles, guardias de asalto y policía
se mantuvieron leales a la República privando a los sublevados de un apoyo
importante de hombres armados y entrenados.
La debilidad de las fuerzas derechistas opuestas a la República es otra de las
causas del fracaso. Los escasos falangistas carecen de peso como para suponer
una amenaza para la República. Por otra parte, el requeté no cuenta con la fuerza
y organización que en Navarra. Si a ello se une el desconcierto ante la actitud
de los militares, su posible aportación se ve reducida. Ante la situación optan
por huir hacia Navarra para contactar con las columnas que avanzan.
El último aspecto, en lo que se refiere a la organización de la conspiración,
es un error de cálculo de Mola. Este pensaba que los nacionalistas adoptarían
una postura ambigua -como así fue en los primeros días- o que incluso se
inclinarían por una situación de pseudo colaboración como ocurrió en Álava y
Navarra o al menos de inactividad. La actitud decidida de Irujo y Lasarte, que
si bien no inclinó de una manera clara al PNV por la República, forzó la
situación en San Sebastián haciendo vacilar a los conjurados.
A las debilidades conspiratorias se debe unir la actuación decidida de las
fuerzas de izquierda. La creación del comité de urgencia no se queda solo en
eso, sino que se pasa a la ofensiva organizando una columna para atacar
Vitoria, que resulta decisiva ya que será la encargada de reconquistar San
Sebastián. Esta iniciativa permite organizar una fuerza, que sale de San
Sebastián, con lo que se evita un combate callejero de mayor magnitud, y que
puede ser reforzada con las tropas provenientes de Bilbao, lo que permite organizar
de manera minuciosa el asalto de la capital.
Si la actividad conspiratoria de los militares es deficiente no lo es menos la
militar. Vallespín desaprovecha la ocasión de hacerse con el control de la
capital el mismo día 21, pero las excesivas precauciones hacen que se pierda
una nueva oportunidad.
El día 22 la resistencia de la CNT se suma al escaso entusiasmo de las tropas
atacantes. Como acertadamente señala el agregado militar francés
"Pourquoi le soldat de 2éme classe se ferait-il tuer? Pour l'ordre,
mais qu'est-ce l'ordre pour un pauvre paysan espagnol momentanément soldat? Une
mystique creuse; mieux, une boîte vide. L'ordre vaut par rapport aux bien qu'il
ordonne. On ne se fait pas tuer pou lui s'il ordonne le néant. Aussi doutons
nous de l'enthousiasme de la troupe espagnole dans la révolte entreprise par
ses chefs"
En esta situación los militares optan por atrincherarse en una serie de puntos,
en vez de controlar la ciudad de una manera clara, lo que se convierte en la
base de su fracaso.
El efecto desmoralizador que causa el fracaso del ataque del 22 y la toma del
María Cristina por la columna proveniente de Eibar, termina por quebrar la
moral de los militares que optan por encerrarse en los cuarteles confiando en
que las columnas que han partido de Navarra llegue a tiempo de rescatarlos.
EL SITIO DE LOS CUARTELES
(24-28 DE JULIO)
Tras ser derrotados en la ciudad los militares se encierran en los cuarteles de Loyola, donde quedan cercados por las fuerzas milicianas. El día 24 se combate todavía en Polloe y se cierra el cerco estableciendo posiciones en la Casa de Misericordia y en Ametzagaña.
A partir de este momento, dada la debilidad de los sitiadores (Irujo considera que en los primeros momentos tan sólo 300 milicianos asedian a los militares), los republicanos comienzan lo que podemos denominar "guerra psicológica". La primera prueba de ella es la siguiente octavilla lanzada sobre el cuartel:
"Rendidas todas las fuerzas rebeldes de Guipúzcoa después del sometimiento de los ocupantes del hotel Maria Cristina a las 2 de la tarde del día de ayer; comprobada la falsedad de las promesas del general Mola de enviar fuerzas que se han reducido a la aparición en los puestos fronterizos de pequeños grupos de requetés que han sido disueltos o apresados, sería inutil toda resistencia de los cuarteles de Loyola que no había de tener otra consecuencia que una inútil efusión de sangre por ambas partes, lo que no había de impedir en modo alguno su conquista.
El comandante militar garantiza a los rebeldes el respeto de sus vidas hasta su entrega al Juez Militar. Los soldados, engañados por sus jefes, serán puestos en libertad -como lo han sido los rendidos en el casino, Comandancia Militar y hotel María Cristina- para que combatan al lado de las fuerzas leales.
Las vidas respetadas de los 52 prisioneros que actualmente tiene esta comandancia son la mayor garantía de la veracidad de estas promesas.
Cesen las insensateces y vuelva a reinar la tranquilidad que nunca debió ser perturbada.-El Comandante Militar".
El tiroteo es intenso y se realiza un intento de asalto del los cuarteles desde Ametzagaña. La moral de los sitiados decae por momentos. Los sitiadores cortan la luz y el agua endureciendo el cerco.
El día 24, un tiroteo entre los oficiales causa la muerte del comandante Ferre, otro de los conspiradores. Este, al parecer comienza a increpar a los demás oficiales e incluso llega a disparar contra el teniente coronel de Artillería Eloy de la Brena, quien responde matándole.
La situación de los asediados es puesta de manifiesto en un informe redactado por un soldado evadido de los cuarteles. Este se expresa como sigue:
"He dejado el cuartel observando un decaimiento grande en jefes, oficiales y soldados sin disciplina de ninguna clase oyendo decir constantemente , ya nadie se decide a tirar y los únicos que se sostienen son los policías vestidos de paisano. La artilería hace poco efecto, habiendo caído dos granadas que no hicieron explosión. La aviación si hace un buen efecto refugiándose en las plantas bajas en cuanto la oyen, pero debe el aparato tener la debida precaución, porque los jefes y oficiales le disparan con fusil.
Con respecto a alimentos cuentan con unos quince sacos de arroz, alubias y garbanzos, unas treinta latas de leche condensada. Lo que si abundan son latas de pimientos y tomate y guisantes, tienen tres cerdos, ignoro si se apoderaron de algunas vacas de los caseríos, creyendo, sin embargo que le será esto peligroso por el tiroteo a que se les somete.
De armamento y fusilería están en buenas condiciones, ametralladoras tienen cuatro y una inutilizada, municiones de fusil abundante, de cañón tendrán de 60 a 80 proyectiles.
Tienen en el cuartel dos piezas en el patio central que nos las han utilizado, cuatro en el patio exterior que apuntan a San Marcos y Choritoquieta no pudiéndolas utilizar por ser hostilizados por nuestras fuerzas desde las villas próximas"
Al día siguiente, 25 de julio, nuevas octavillas son lanzadas sobre el cuartel. En esta ocasión el texto es el que sigue
"A los jefes y oficiales de Loyola.-Somos los padres y madres de los soldados que se hallan forzosamente bajo vuestras órdenes y no podemos consentir que contra su voluntad tomen parte en una lucha fraticida. Con el alma destrozada, sufriendo torturas infinitas, acudimos a vosotros para pedir que dejéis en libertad a esos niños para que abandone el cuartel o permanezcan ahí mismo libremente si tal fuera su libertad. Esta súplica la avalan más de doscientas familias, cuyo legítimo dolor está a punto de convertirse en horrible desesperación. Creemos que el Frente Popular y el Gobierno constituido se propone en el breve plazo de dos horas tomar medidas de extrema gravedad para aniquilarles. Por otro lado, no como amenaza, sino como gesto insuperable de desesperación al ver destrozados a nuestros hijos en el frente, nos veremos obligados a tomar represalias inmediatamente con vuestros familiares, porque por el mismo derecho que disponéis de nuestros hijos menores, lo haremos con los vuestros. Y esto hay que evitarlo."
El 26 de julio el cuartel de ingenieros sufre un ataque aéreo. Dos bombas caen en él, causando una que alcanza el patio varias bajas. Vallespín está dispuesto a tomar represalias bombardeando San Sebastián, para lo que redacta una carta dirigida a los diputados guipuzcoanos. Pero el bombardeo ha causado un gran impacto en la moral de los sitiados, quienes -pese a tener constancia de la presencia de las tropas de Beorlegui en Oyarzun, a escasos kilómetros del cuartel- dan comienzo al proceso de rendición.
Ese mismo día, resulta muerto el alférez Justo Rodríguez, que dirigió la columna que partiendo de Bilbao participó en la toma de San Sebastián y en esos momentos ocupaba el cargo de comandante militar de Gipuzkoa.
LA RENDICION DE LOS CUARTELES (28 DE JULIO)
Tras ser derrotados en la ciudad los militares se encierran en los cuarteles de Loyola, donde quedan cercados por las fuerzas milicianas. El día 24 se combate todavía en Polloe y se cierra el cerco estableciendo posiciones en la Casa de Misericordia y en Ametzagaña.
A partir de este momento, dada la debilidad de los sitiadores (Irujo considera que en los primeros momentos tan sólo 300 milicianos asedian a los militares), los republicanos comienzan lo que podemos denominar "guerra psicológica". La primera prueba de ella es la siguiente octavilla lanzada sobre el cuartel:
"Rendidas todas las fuerzas rebeldes de Guipúzcoa después del sometimiento de los ocupantes del hotel Maria Cristina a las 2 de la tarde del día de ayer; comprobada la falsedad de las promesas del general Mola de enviar fuerzas que se han reducido a la aparición en los puestos fronterizos de pequeños grupos de requetés que han sido disueltos o apresados, sería inutil toda resistencia de los cuarteles de Loyola que no había de tener otra consecuencia que una inútil efusión de sangre por ambas partes, lo que no había de impedir en modo alguno su conquista.
El comandante militar garantiza a los rebeldes el respeto de sus vidas hasta su entrega al Juez Militar. Los soldados, engañados por sus jefes, serán puestos en libertad -como lo han sido los rendidos en el casino, Comandancia Militar y hotel María Cristina- para que combatan al lado de las fuerzas leales.
Las vidas respetadas de los 52 prisioneros que actualmente tiene esta comandancia son la mayor garantía de la veracidad de estas promesas.
Cesen las insensateces y vuelva a reinar la tranquilidad que nunca debió ser perturbada.-El Comandante Militar".
El tiroteo es intenso y se realiza un intento de asalto del los cuarteles desde Ametzagaña. La moral de los sitiados decae por momentos. Los sitiadores cortan la luz y el agua endureciendo el cerco.
El día 24, un tiroteo entre los oficiales causa la muerte del comandante Ferre, otro de los conspiradores. Este, al parecer comienza a increpar a los demás oficiales e incluso llega a disparar contra el teniente coronel de Artillería Eloy de la Brena, quien responde matándole.
La situación de los asediados es puesta de manifiesto en un informe redactado por un soldado evadido de los cuarteles. Este se expresa como sigue:
"He dejado el cuartel observando un decaimiento grande en jefes, oficiales y soldados sin disciplina de ninguna clase oyendo decir constantemente , ya nadie se decide a tirar y los únicos que se sostienen son los policías vestidos de paisano. La artilería hace poco efecto, habiendo caído dos granadas que no hicieron explosión. La aviación si hace un buen efecto refugiándose en las plantas bajas en cuanto la oyen, pero debe el aparato tener la debida precaución, porque los jefes y oficiales le disparan con fusil.
Con respecto a alimentos cuentan con unos quince sacos de arroz, alubias y garbanzos, unas treinta latas de leche condensada. Lo que si abundan son latas de pimientos y tomate y guisantes, tienen tres cerdos, ignoro si se apoderaron de algunas vacas de los caseríos, creyendo, sin embargo que le será esto peligroso por el tiroteo a que se les somete.
De armamento y fusilería están en buenas condiciones, ametralladoras tienen cuatro y una inutilizada, municiones de fusil abundante, de cañón tendrán de 60 a 80 proyectiles.
Tienen en el cuartel dos piezas en el patio central que nos las han utilizado, cuatro en el patio exterior que apuntan a San Marcos y Choritoquieta no pudiéndolas utilizar por ser hostilizados por nuestras fuerzas desde las villas próximas"
Al día siguiente, 25 de julio, nuevas octavillas son lanzadas sobre el cuartel. En esta ocasión el texto es el que sigue
"A los jefes y oficiales de Loyola.-Somos los padres y madres de los soldados que se hallan forzosamente bajo vuestras órdenes y no podemos consentir que contra su voluntad tomen parte en una lucha fraticida. Con el alma destrozada, sufriendo torturas infinitas, acudimos a vosotros para pedir que dejéis en libertad a esos niños para que abandone el cuartel o permanezcan ahí mismo libremente si tal fuera su libertad. Esta súplica la avalan más de doscientas familias, cuyo legítimo dolor está a punto de convertirse en horrible desesperación. Creemos que el Frente Popular y el Gobierno constituido se propone en el breve plazo de dos horas tomar medidas de extrema gravedad para aniquilarles. Por otro lado, no como amenaza, sino como gesto insuperable de desesperación al ver destrozados a nuestros hijos en el frente, nos veremos obligados a tomar represalias inmediatamente con vuestros familiares, porque por el mismo derecho que disponéis de nuestros hijos menores, lo haremos con los vuestros. Y esto hay que evitarlo."
El 26 de julio el cuartel de ingenieros sufre un ataque aéreo. Dos bombas caen en él, causando una que alcanza el patio varias bajas. Vallespín está dispuesto a tomar represalias bombardeando San Sebastián, para lo que redacta una carta dirigida a los diputados guipuzcoanos. Pero el bombardeo ha causado un gran impacto en la moral de los sitiados, quienes -pese a tener constancia de la presencia de las tropas de Beorlegui en Oyarzun, a escasos kilómetros del cuartel- dan comienzo al proceso de rendición.
Ese mismo día, resulta muerto el alférez Justo Rodríguez, que dirigió la columna que partiendo de Bilbao participó en la toma de San Sebastián y en esos momentos ocupaba el cargo de comandante militar de Gipuzkoa.
LA RENDICION DE LOS CUARTELES (28 DE JULIO)
El bombardeo de la aviación causa
un gran efecto entre los asediados, y genera actitudes contrapuestas. Mientras
Vallespín reacciona preparando una carta que piensa dirigir a los diputa-dos,
amenazando con bombardear la ciudad, el resto de los oficiales opinan de manera
contraria. Carrasco, que reaparece por vez primera desde que se traslada del
María Cristina a Loyola y el comandante de Ingenieros Herce, se entrevistan con
Vallespín obligándole a dirigir una nota a los diputados en la que se solicita
una entrevista para el día siguiente. La carta, en un claro tono amenazador, se
expresa en los términos siguientes:
"Sres. Diputados por Guipúzcoa. Siguiendo el consejo del Coronel Carrasco cito a todos en este cuartel, rogándoles vengan si quieren evitar la destrucción de San Sebastián.
Ayer nos bombardeó un aparato civil con bombas de gran potencia; cuando yo no he querido forzar a esa población con otro bombardeo que puedo hacer en el momento que lo desee por el día o por la noche.
Por lo tanto, lo primero que hay que hacer es que no venga ese aparato otra vez, pues me obligarán en trance desesperado a corresponder oportunamente con otra atrocidad.
Vengas ustedes y trataremos de ponernos de acuerdo.
De Uds. suyo aff. Tte. Coronel Vallespín.
Ya comprenderán que yo tengo mi vida entregada a la Patria. No hay nada que dudar de mis decisiones. Evitemos entre todos un inútil derramamiento de sangre"
Los diputados acceden a la petición y el día 27, por la tarde, tiene lugar la entrevista en el puente de acceso a los cuarteles.
Por un parte concurren los diputados Amilibia, Irazusta, Irujo, Picavea y Lasarte. Tan solo está ausente el diputado republicano por el Frente Popular Mariano Ansó que se encuentra en Madrid. En representación de los militares acuden Carrasco, Vallespín y el comandante Herce.
Las dos versiones de las que disponemos, la de Irujo y Vallespín, como es lógico difieren de manera sustancial. Pero, dejando esto a un lado, lo importante es el efecto que tiene entre los asediados.
Ese mismo día, por la noche, Vallespín convoca a los oficiales en el cuarto de banderas del cuartel de Ingenieros. En dicha reunión el jefe de ingenieros puede comprobar que incluso los militares más comprometidos, como el capitán Visiers o el sargento Iribas, opinan que ya todo está perdido. El capitán Miquel, que tenía como misión enlazar con los tradicionalistas, se ha retirado de toda actividad ante la ausencia de Muslera, que permanecía oculto. Ante esta situación Vallespín decide fugarse. A las 6,30 de la mañana sale del cuartel hacia la posición del Convento de Uba, situada sobre los mismos. Desde allí presenciará la entrega de los cuarteles y escapará hacia Astigarraga, siendo recogido por un automóvil en la carretera que une Hernani con Goizueta y que le traslada a Pamplona, a donde llega el día 30.
Mientras tanto en San Sebastián la sublevación toca a su fin. A las once de la mañana los cuarteles se entregan y 68 oficiales, con Carrasco a la cabeza, son hechos prisioneros y trasladados al Palacio de la Diputación, donde permanecen detenidos.
Mientras los militares se entregaban milicianos de la CNT entraban en los cuarteles y se apoderaban de la mayor parte del armamento que contenían. Las protestas del dirigente comunista Larrañaga no sirven para nada, poniendo de manifiesto la indisciplina que existía entre los defensores de la República, lo que necesaria-mente forzaba a una nueva organización de los mismos.
"Sres. Diputados por Guipúzcoa. Siguiendo el consejo del Coronel Carrasco cito a todos en este cuartel, rogándoles vengan si quieren evitar la destrucción de San Sebastián.
Ayer nos bombardeó un aparato civil con bombas de gran potencia; cuando yo no he querido forzar a esa población con otro bombardeo que puedo hacer en el momento que lo desee por el día o por la noche.
Por lo tanto, lo primero que hay que hacer es que no venga ese aparato otra vez, pues me obligarán en trance desesperado a corresponder oportunamente con otra atrocidad.
Vengas ustedes y trataremos de ponernos de acuerdo.
De Uds. suyo aff. Tte. Coronel Vallespín.
Ya comprenderán que yo tengo mi vida entregada a la Patria. No hay nada que dudar de mis decisiones. Evitemos entre todos un inútil derramamiento de sangre"
Los diputados acceden a la petición y el día 27, por la tarde, tiene lugar la entrevista en el puente de acceso a los cuarteles.
Por un parte concurren los diputados Amilibia, Irazusta, Irujo, Picavea y Lasarte. Tan solo está ausente el diputado republicano por el Frente Popular Mariano Ansó que se encuentra en Madrid. En representación de los militares acuden Carrasco, Vallespín y el comandante Herce.
Las dos versiones de las que disponemos, la de Irujo y Vallespín, como es lógico difieren de manera sustancial. Pero, dejando esto a un lado, lo importante es el efecto que tiene entre los asediados.
Ese mismo día, por la noche, Vallespín convoca a los oficiales en el cuarto de banderas del cuartel de Ingenieros. En dicha reunión el jefe de ingenieros puede comprobar que incluso los militares más comprometidos, como el capitán Visiers o el sargento Iribas, opinan que ya todo está perdido. El capitán Miquel, que tenía como misión enlazar con los tradicionalistas, se ha retirado de toda actividad ante la ausencia de Muslera, que permanecía oculto. Ante esta situación Vallespín decide fugarse. A las 6,30 de la mañana sale del cuartel hacia la posición del Convento de Uba, situada sobre los mismos. Desde allí presenciará la entrega de los cuarteles y escapará hacia Astigarraga, siendo recogido por un automóvil en la carretera que une Hernani con Goizueta y que le traslada a Pamplona, a donde llega el día 30.
Mientras tanto en San Sebastián la sublevación toca a su fin. A las once de la mañana los cuarteles se entregan y 68 oficiales, con Carrasco a la cabeza, son hechos prisioneros y trasladados al Palacio de la Diputación, donde permanecen detenidos.
Mientras los militares se entregaban milicianos de la CNT entraban en los cuarteles y se apoderaban de la mayor parte del armamento que contenían. Las protestas del dirigente comunista Larrañaga no sirven para nada, poniendo de manifiesto la indisciplina que existía entre los defensores de la República, lo que necesaria-mente forzaba a una nueva organización de los mismos.
(Fuente: gipuzkoakultura.net)
El pobre tío Pepe fruto de sus convicciones ideológicas, morales y religiosas ya había elegido a favor de que bando iba a luchar por su patria y ello le costó la vida.
Sacado de su hoja de servicios así se describen los último días del Teniente de la Guardia Civil José
Merchán que en paz descanse:
En la anterior situación. El 18
de julio, al iniciarse el Alzamiento Nacional permaneció acuartelado y
prestando servicios de retén en el Cuartel General del Gobierno Civil, el día
21 a las órdenes del Capitán cajero de su comandancia D. Julio Ayuso Sánchez
Molero, salió de él con unos 40 hombres dirigiéndose al Gobierno Militar donde
se unió a las fuerzas del ejército que allí había y que se habían sumado al
Movimiento, pasando después al Gran Casino a las órdenes del citado capitán de
donde obtuvo fuego con los rojos-separatistas desde las primeras horas del día
siguiente hasta las 11 que tuvieron que abandonar el edificio donde se
hallaban, pasando nuevamente al Gobierno
Militar donde al rendirse la fuerza de la que formaba parte fue hecho
prisionero y conducido en calidad de detenido a la Diputación Provincial,
siendo trasladado a la Cárcel Provincial el día 29 y en las primeras horas del
siguiente día 30 fue asesinado por las turbas marxistas en un asalto realizado
a dicha cárcel, por cuya circunstancia causó baja en el cuerpo un fin del
desdichado mes de julio.
Mi abuelo Juan y mi tío Pepe cuando estalló la guerra y viendo como se iban a suceder los acontecimientos hicieron un pacto y era que si cualquiera de los dos caía, el quedara vivo se haría cargo de la esposa del otro y sus hijos. Ese pacto se cumplió escrupulosamente durante toda la vida mientras vivieron mis abuelos, mi tía Tere, viuda de guerra, pasaría el resto de sus días conviviendo bajo el mismo techo con mis abuelos hasta el final de sus días.
Mi abuelo Juan y mi tío Pepe cuando estalló la guerra y viendo como se iban a suceder los acontecimientos hicieron un pacto y era que si cualquiera de los dos caía, el quedara vivo se haría cargo de la esposa del otro y sus hijos. Ese pacto se cumplió escrupulosamente durante toda la vida mientras vivieron mis abuelos, mi tía Tere, viuda de guerra, pasaría el resto de sus días conviviendo bajo el mismo techo con mis abuelos hasta el final de sus días.
Sé por algunos recuerdos de historias que me explicó mi madre qué Juan estuvo escondido ya que conocieron de sus ideas y convicciones los milicianos a través de una sirvienta que trabajaba para la tía Tere que por lo visto era de ideales independentistas. Explicaba mi abuela Carmen de esta persona que había llegado a decir que daría la vida de su hijo por conseguir la independencia de Euskadi. Mi madre me explicó de sus recuerdos de la infancia, ella debía tener cuatro años en aquella época, que en la calle se le acercaron unos milicianos que estaban buscando a Juan, para sonsacarle información le preguntaron si era hija del teniente de la Fuente y ella con toda su inocencia les contestó que no que ella era hija de Juanito, a lo cual la dejaron en paz.
Según nos explica su hoja de servicios Juan permaneció oculto hasta el día 13 de septiembre de 1936 en que San Sebastián fue liberado. Mi abuela Carmen, su esposa, el día anterior se encontraba en la maternidad dando a luz a Maria Victoria. Me explicaba que cuando nació, como un rayo de esperanza oía desde el hospital los cánticos de el "Cara al sol" de las tropas nacionales que en aquellos momentos entraban en la capital. Fue por ello que decidió poner a su hija el nombre de Maria Victoria.
Juan una vez ocupado San Sebastián se adhirió al movimiento, incorporándose el mismo día a las fuerzas del Regimiento y destinado al mando de la 1ª Sección de Ametralladoras de la Agrupación del Capitán Tejero y Columna del Teniente Coronel Los Arcos y saliendo a operaciones tomó parte en la ocupación de Ormaiztegui, Zumárraga, Anzuola, Vergara y Anguiozar, en la ocupación de esta última población fue herido de bala el 25 de septiembre en la pierna siendo evacuado al Hospital de Vergara, de allí al Hospital de la Cruz Roja de San Sebastián y de alli el 28 de noviembre se le trasladó al Hospital Militar de Pamplona.
Poco sabemos de la historias y anécdotas de mi abuelo durante la guerra ya que no era dado a explicar batallitas. Sé que en una ocasión no recuerdo donde estuvo a punto de ser fusilado y gracias a un miliciano que lo conocía lo ayudó a huir.
Voy a reproducir a continuación la información que dispongo y es la que figura en su hoja de servicios, donde figura que recorrió amplas zonas del territorio español, estuvo a parte de las Vascongadas, en Burgos, Asturias, Aragón, Zaragoza, Teruel, Cataluña, León, Guadalajara y Madrid..
Año 1937. El día 18 de enero se le da de alta de sus heridas recibidas en el frente y ese mismo día se reincorpora a su Regimiento. El día 24 se le confirió el grado de Capitán, siendo designado Capitán ayudante del Regimiento América nº 23. El 29 de enero se le destinó al 1er batallón de la 1ª media brigada de la 4ª brigada mixta, efectuando su incorporación el día 4 de febrero en Fuencaliente (Miranda de Ebro), fue destinado a mandar la Compañía de Ametralladoras. El día 22 de febrero marchó con el Batallón al frente de Asturias., llegó el 25 a Salas, de allí a Loriana el 27 y a la posición de Villanorsen el 1 de marzo, saliendo el día 3 para guarnecer la población de Lampajua. Al mando de la compañía de Ametralladoras tomó parte en las operaciones
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